Cantabria en Autocaravana
DE SANTANDER AL VALLE DE LIÉBANA EN AUTOCARAVANA, UN VIAJE POR LAS DOS CARAS DE CANTABRIA, LA COSTA Y LA MONTAÑA
Es verdad que Cantabria no tiene la sonrisa fácil. Imposible que así sea en una tierra en la que el tiempo no acompaña mucho. Sin embargo, uno siempre vuelve a ella. Y más si se lleva la casa a cuestas. Los prados verdes e infinitos, las playas de arena fina, los valles y pueblos anclados en un pretérito casi indescifrable, las nieves eternas de los Picos de Europa… Cantabria es un tesoro siempre por descubrir. Y qué mejor manera de hacerlo que viajando en autocaravana.
Hay quien dice que la mayor belleza de Cantabria reside en su interior. Y es verdad que las comarcas de la Montaña, con esos océanos de niebla que envuelven los valles y esos inviernos que se prolongan por espacio de casi diez meses, son, quizá, las más genuinas de Cantabria.
Pero la costa y los pueblos marinos no son menos bellos y seductores. Pensemos, por ejemplo, en la capital, Santander, sin duda una de las ciudades más bellas de España. ¿Y qué decir de San Vicente de la Barquera? Cierro los ojos y puedo ver esa extraordinaria villa marinera apiñada en torno a un castillo roquero y una bellísima colegiata donde tiene su tumba un famoso inquisidor. Desde San Vicente de la Barquera, desde el borde del mar, uno puede contemplar en la lejanía los Picos de Europa, nevados durante la mayor parte del año.
Sí, la magia de la Montaña se prolonga en la costa, en los ancantilados, calas y marismas del Parque Natural de Oyambre o en playas como Arnía y Covachos, escenarios ideales para cualquier película de tesoros y piratas. Tal es la magia de la cornisa cantábrica que a un salto de Santander aparecen las Cuevas de Altamira para recordarnos la manera en que miraban el mundo los pueblos cazadores del Paleolítico, o Santillana del Mar, como un brote surgido de la Edad Media.
La ruta que aquí proponemos empieza en Santander y termina en San Vicente de la Barquera. Por el camino, la Costa Quebrada, Santillana del Mar, Comillas, el Parque Natural de Oyambre y dos pueblos neto sabor montañés, Barcena Mayor y Tudanca. Ruta, por tanto, que combina el mar y la montaña. De oriente a occidente. Ruta también de raigambre religiosa, unida al primer Camino de Santiago; aquel que bordeaba la cornisa cantábrica y guardaba los pasos del peregrino en los tiempos en que la Reconquista aún no había extendido los límites cristianos al sur del valle del Ebro.
SANTANDER
Capital de la verde Montaña, ciudad amable, cosmopolita y elegante, Santander se asoma al bravo Cantábrico desde los acantilados grises y las playas de fina arena.
Decía Josefina Molina que si fuera alcaldesa cerraría sus entradas por tierra y obligaría a entrar en Santander desde el mar: “Los barcos llegarían llenos de gente y un edicto marcaría que navegaran de noche, cuando su belleza te impacta y te sobrecoge”.
Nosotros llegamos en nuestra camper, pero estamos de acuerdo con la veterana cineasta en una cosa. Santander es una ciudad bellísima de día y de noche, pero su verdadero hechizo está al anochecer.
Qué ver en Santander
La Catedral, la Plaza Porticada, la calle de los Azogues, el paseo de Pereda, la avenida de la Reina Victoria, las playas del Sardinero, la Península de la Magdalena y los Jardines de Piquío son, por sí solos, ineludibles puntos de referencia que avalan la belleza de la capital cántabra.
La catedral. Del siglo XIII en estilo gótico. Azorín adoraba la sencillez de este templo. “La catedral de Santander, escribió, “es sencilla y pequeña; mas en su misma pequeñez y austeridad tiene un poderoso atractivo que no poseen aquellas otras suntuosas y anchas”. Es cierto. Abajo, en la cripta del Cristo, podrás ver, además, los vestigios de las termas romanas.
La Plaza Porticada. Se construyó después del pavoroso incendio que, en 1941, arrasó la mayor parte del casco viejo. Terrazas, comercios antiguos y modernos, el reloj del Ayuntamiento, que más que dar las horas parece cantar…
El Paseo Pereda. Se llama así en recuerdo del novelista del siglo XIX José María Pereda. Se trata de un paseo de gran categoría que corre paralelo a la bahía. Allí está el Casino, construido en 1913 para competir con los grandes casinos europeos, y también la sede central del Banco Santander, un edificio catedralicio, con un arco de triunfo en medio que supera a los de Roma.
El Paseo de la Reina Victoria sigue el de Pereda rumbo a la Magdalena. Pasear aquí sin prisas, mientras va cayendo la tarde, es uno de los platos fuertes de Santander.
Y llegamos a la Península de la Magdalena. Como dice García de Cortázar, la Magdalena es muchas cosas. Es una playa; es una diminuta península que se introduce calmosamente en el mar; un jardín con unas vistas memorables; y un palacio de estilo inglés que resume toda una época, la época de los veranos de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg. Hoy el palacio es la sede la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
El Sardinero y los Jardines del Piquío. Las playas del Sardinero están entre las playas urbanas con más solera de España. Allí encontramos también uno de los lugares más evocadores de Santander: los Jardines del Piquío, con sus altísimas palmeras y olmos centenarios.
Y puesto que hablamos de hitos, resulta imposible no mencionar la senda que lleva del Sardinero al Faro de Cabo Mayor, un paseo entre playas y acantilados difícil de olvidar. Junto al Faro, fabuloso rompeolas natural, hay un bar desde el que despedir el día con una copa y vistas marinas.
PLAYA DE COVACHOS Y PLAYA DE ARNÍA, LA COSTA QUEBRADA
El Parque Geológico de la Costa Quebrada comienza en la playa de la Magdalena de Santander y termina en la playa de Cuchía, en Miengo. Por el camino, una maravilla de paisajes donde el mar ha creado un conjunto de estructuras y formas que nadie debería perderse. Sólo el nombre, Costa Quebrada, ya anuncia el tesoro que espera al viajero: acantilados, dunas, islotes, playas de aguas cristalinas… Nosotros nos detuvimos en dos playas : Covachos y Arnía.
Playa de Covachos. A diez kilómetros de Santander. Es un lugar único, una espléndida media luna de apenas 50 metros, con un arroyo que se precipita en cascada desde el acantilado que la rodea y una isla, la del Castro, que aparece y desaparece con la marea, ya que está conectada a la playa durante la bajamar. A su alrededor, prados donde pasta el ganado libremente. Y muy cerca, el espectacular Parque Natural de las Dunas de Liencres, un paisaje mitad arbolado mitad arenoso, flanqueado por la costa agreste y por la desembocadura del río Pas.
Playa de Arnía. Está a un salto de la de Covachos, siguiendo la carretera CA 231. Acantilados azotados por las olas, un pequeño arenal de 100 metros atravesado de soberbios farallones, aguas cristalinas… Hay pocos lugares en Europa como esta playa. Sobre todo cuando cae la tarde y los colores del crepúsculo subrayan el halo mítico que envuelve las rocas afiladas y verticales que sobresalen del mar.
SANTILLANA DEL MAR
Cualquier calificativo se queda corto ante la belleza de este pueblo popularmente conocido como la villa de las tres mentiras, porque Santillana del Mar ni es “santa” ni es “llana” ni tiene mar. A propósito de ella, Jean Paul Sartre escribió: “Una verdadera reliquia de la vida del hombre”.
Y es verdad. Santillana del Mar envuelve al viajero como una niebla surgida de la época de las Cruzadas. Su traza medieval, sus palacios y casonas con viejos escudos nobiliarios, sus calles empedradas, el parador Gil Blas, la Torre del Merino, la Colegiata, el palacio de los Borja, con su magnífico arco de ojiva… Sí, uno podría pensar que realmente esta en la Edad Media si no fuera porque el pueblo está limpio, no huele a estiércol y decenas de comercios asoman sus géneros a las puertas de antaño para atraer la atención de los turistas.
Qué ver en Santillana del Mar
Lo mejor de Santillana del Mar es entregarse perezosamente a recorrer la calle principal y su bifurcación en forma de brazos desiguales, el más largo de los cuales desemboca en la plaza de la Colegiata. Y claro, el paseo debe completarse con la visita a este bellísimo templo que conserva su original factura románica.
Ya el exterior es deslumbrante. Pero la joya de esta vieja abadía está en el claustro, un espacio embrujado de poesía, arte y meditación. Hay que detener la mirada obligatoriamente en los maravillosos capiteles de las columnas que sustentan los arcos de medio punto. Son un prodigio: escenas del Calvario, martirios, fiestas y cacerías, asuntos religiosos y profanos, flores, pájaros, corceles, frailes y guerreros… Una vida profunda se escapa de ellos, que dijo el poeta y novelista Ricardo León. Del claustro entero, lugar mágico donde la muerte parece que tiene una expresión de eterno vivir.
CUEVAS DE ALTAMIRA
Pero el viaje continua. A dos kilómetros escasos de Santillana nos espera otra sorpresa, otro túnel del tiempo: la Capilla Sixtina del Paleolítico, una cueva donde los bisontes, ciervos y jabalíes de hace quince mil años siguen pastando hierba, las pinturas rupestre de Altamira.
El acceso a la cueva original está restringido a los estudiosos para evitar el deterioro de las pinturas, pero la visita a la Neocueva, reproducción fidedigna que puede verse en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, merece el desvío.
Como en algunas novelas, allí uno se ve sumergido en dos planos temporales muy alejados entre sí que acaban constituyendo una sola trama. El primero de ellos dura, asombrosamente, unos quince mil años, y se corresponde con el momento en que se pintaron esos bisontes vigorosamente trazados sobre la pared rocosa. El segundo relato es mucho más cercano: empieza en 1789, cuando una niña que acompaña a su padre en la exploración de una cueva mira hacia el techo y ve algo en lo que el padre no ha reparado, unas figuras de bisontes rojizos. “¡Mira, vacas!”, cuentan que exclamó.
COMILLAS
Muy cerca de Santillana del Mar, a menos de 20 kilómetros, se encuentra la bella y señorial Comillas. Conocida como la “villa de los arzobispos”, por haber nacido en ella hasta cinco prelados, Comillas debe su fama, sin embargo, al capricho de un indiano, don Antonio López y López, que dedicó su fortuna amasada en Cuba a embellecerla.
Qué ver en Comillas
El Palacio de Sobrellano, la Capilla-Panteón de los marqueses de Comillas y la Universidad Pontificiason los lugares más representativos del esfuerzo del primer marqués por embellecer su pueblo natal.
A estos edificios de estirpe modernista hay que sumar, por supuesto, el Capricho, colorido palacete que levantó Gaudí para don Máximo Díaz de Quijano, cuya afición al piano inspiró el nombre de la residencia.
Para terminar la ruta modernista que propone Comillas hay que visitar el cementerio, bello como pocos, custodiado por una una escultura del Ángel Exterminador, obra de Josep Llimona, y con vistas al mar.
EL RAYO VERDE Y CURVA DE OYAMBRE
Antes de desviarnos hacia el interior, en dirección al valle de Cabuérniga, hay dos visitas ineludibles. La primera el Rayo Verde, una colina situada en Comillas, única por sus vistas al Parque Natural de Oyambre y a las playas de San Vicente de la Barquera, con su castillo y los Picos de Europa como telón de fondo. La segunda, la famosa Curva de Oyambre, en la boca de la sinuosa ría de Rabia.
VALLE DE CABUÉRNIGA Y BARCENA LA MAYOR
El Valle de Cabuérniga, menos abrupto que la Liébana y sin sus cumbres monumentales, es un auténtico paraíso lleno de hayedos y robledales donde pastan el ciervo y el corzo, y donde las aves rapaces vuelan alto y solemne. Aquí, como en general en toda la Montaña, los pueblos son particularmente afortunados en lo que se refiere a la conservación de su arquitectura popular.
Cabezón de la Sal, Carrejo y Ruente son el entrañable preludio a uno de los pueblos más famosos de Cantabria, Bárcena Mayor, lugar que dio cobijo a Carlos V y a su séquito en el año 1517. Rara es la lista de los pueblos más bellos de España en que no aparece este conjunto histórico de neto saber montañés. Calles empedradas, balcones cuajados de flores, anchos portalones de piedra… Sí, Bárcena Mayor es un prodigio de arquitectura rural donde el tiempo parece haberse detenido.
TUDANCA
Menos de cincuenta kilómetros separan Barcena Mayor de otro pueblo de la Montaña declarado conjunto histórico, Tudanca, escondido entre prados verdes, lleno de recuerdos literarios. Y es que allí está la casa de don Celso, el personaje de Peñas Arriba, la novela de José María Pereda: una casona del siglo XVIII que perteneció a José María Cossío en la vida real y por la que, en la primera mitad del siglo XX, pasaron los grandes escritores del 98 y del 27.
Aquí, en Tudanca, la Montaña es, más que nunca, inaprensible y hermosa. Los prados amanecen entre estáticas mareas de bruma. Y el crepúsculo llega, como el alba, en medio de una sinfonía de cencerros que las vacas agitan al subir y al bajar toda clase de cuestas.
SAN VICENTE DE LA BARQUERA
El camino que elegimos para ir de Tudanca a San Vicente de la Barquera pasa por algunos de los más bellos paisajes de la Cuenca del río Nansa. Cossío, adornado de historias hidalgas y casonas indianas; Puentenansa, cruce de caminos desde donde puede accederse al valle de Carmona; la Cueva del Soplao, cueva y mina a la que se accede mediante un evocador tren minero; y Pesués, con la extraordinaria vista de la ría de Tina Menor, desembocadura del Nansa.
Qué ver en San Vicente de la Barquera
San Vicente de la Barquera queda a menos de 10 kilómetros de Pesués. San Vicente de la Barquera es una deliciosa villa marinera que cuesta mucho abandonar, tal es el encanto de sus calles y de su placita de magníficos soportales, el hechizo de sus playas y marismas, la calidad de sus restaurantes, la sombra majestuosa de su castillo y la belleza de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles. Allí hay una de los sepulcros más impresionantes de España, la tumba del inquisidor don Antonio del Corro, de estilo renacentista.
DONDE DORMIN EN CANTABRIA CON AUTOCARAVANA
- Santander tiene área de autocaravanas pública. Esta a media hora andando de la catedral y cuenta con servicios de llenado y de vaciado.
- Santillana del Mar cuenta con una zona de aparcamientos para autocaravanas y furgonetas. No tienen servicios, pero están cerca del centro y son gratuitos.
- En Comillas hay una zona para aparcar y pernoctar en el mismo paseo marítimo y con vistas al mar.
- En San Vicente de la Barquera puedes aparcar en la playa de Merón, y para pernoctar es perfecto el Camping de El Rosal. Una de las mejores playas de Cantabria para hacer surf.
COMER EN CANTABRIA
La gastronomía de esta tierra ya aparece citada en el Libro de Buen Amor, del célebre Arcipreste de Hita: “De Santander vinieron las bermejas langostas”. No en vano, el pescado constituye uno de los platos fuertes de la cocina de esta ruta: merluza en salsa verde, bocartes en cazuela, besugo al horno o la espalda, mariscos… Pero claro, estamos en la Montaña, y aquí no faltan las carnes y los productos de la huerta, con especial predilección pos la alubias, blancas o pintas. Y de postre, dos delicias reñidas con la dieta: quesada y sobaos.
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