Oporto en Autocaravana
RUTA POR OPORTO Y EL NORTE DE PORTUGAL EN AUTOCARAVANA
Esta ruta en autocaravana por Oporto y el norte de Portugal contempla, en realidad, dos viajes. El primero comienza en Oporto, a orillas del Duero, y termina en Valença do Minho, ciudad serena y monumental asomada a otro río, el Miño. Por el camino, un viaje memorable en nuestra autocaravana o en nuestra camper con paradas en Guimaraes, el condado que alumbró Portugal; Braga, la antigua Bracara Augusta, sede de uno de los arzobispados más influyentes de la Península; Briteiros, evocador poblado de la Edad de Hierro; el santuario Bom Jesus do Monte; Viana do Castelo, joya turística de la Costa Verde; y Ponte de Lima, bellísima ciudad ribereña que debe su nombre al antiguo puente que cruza ese río que los romanos confundieron con el mitológico Leteo.
El segundo viaje parte también de Oporto y, pasando por Peso de Régua por carreteras asomadas a laderas repletas de viñedos y bosques que llegan hasta las orillas del Duero, nos invita a sumergirnos en Trás-os-Montes, una de las regiones más bellas que podamos imaginar, con final en Bragança y Miranda do Douro.
Recuerdos de Oporto en autocaravana
¡Oporto! Noches junto al Duero, erasmus bailando hasta el alba, vinos y bodegas en Vila Nova de Gaia, paseos al atardecer por la Ribeira, entre casas de colores que se asoman al río, el recuerdo de la ciudad entera desde la Torre de los Clérigos, el fado, esos fados tan tristes, en los que se habla de tiempos pasados, de ciudades muertas y amores muertos. ¿Quién, al oír cantar un fado, no piensa en el viejo Carpe Diem de Horacio? ¿A quién no se le pone la piel de gallina?
Como gran ciudad que se precie, Oporto tiene un río poderoso – todos conocemos el Duero – que ayuda a contemplar la belleza local desde una perspectiva distinta. ¿Qué decir del puente dom Luis I que lo atraviesa? Forma parte de la imagen de la ciudad y está lleno de recuerdos y suspiros. Sí, París no tiene la exclusiva, y es innegable que el barrio de Ribeira de Oporto forma parte del puñado de lugares que uno asocia con el amor y que nos gustaría visitar con la persona que amamos.
Lo primero que hay que recomendar de Oporto es pasear y pasear por ella hasta caer agotado. Hay tantos rincones bellos y lugares sorprendentes que ninguna guía, por minuciosa que fuera, podría describirnos todos. Aquí os damos unas cuantas sugerencias…
Qué ver en Oporto
Ciudad portuaria con pinceladas británicas, aires decadentes y ecos vanguardistas, ciudad de cuestas, azulejos, iglesias, puentes, cafés y bodegas, Oporto funde lo antiguo y lo moderno. Lo primero está muy bien representado en la Sé o catedral, robusta e imponente como una fortaleza. Por su elevada situación, es un buen lugar para comenzar la visita. La plaza donde se encuentra, Terreiro da Sé, ofrece una magnífica panorámica de la ciudad.
Sí, Oporto es bonita de cerca y de lejos. Para apreciarla a distancia y desde lo alto, además de al Terreiro da Sé, puede acudirse a la Torre dos Clérigos. Tras un maratón de escalones, la ciudad entera quedará a tus pies, triste y gris si está lloviendo, espléndida si brilla el sol.
A un salto de la Sé está la iglesia de Santa Clara, donde afloran el Renacimiento y el Barroco, y a dos pasos la bellísima Estación de Sao Bento, emplazada sobre un antiguo monasterio. Hay que entrar y ver los imponentes murales de azulejos que decoran el bullicioso vestíbulo.
El barrio de la Sé se derrama en una amalgama de escalinatas y callejas hacia el barrio medieval de La Ribeira, evocador y largo dédalo de calles y soportales abierto al río. Un barrio que invita a perderse.
El Duero – ya lo hemos dicho – ayuda a contemplar la belleza de Oporto, y para comprobarlo nada como cruzar el puente dom Luis I, que une La Ribeira con Vila Nova de Gaia, lleno de animación a todas horas.
Por supuesto, uno no puede irse de Oporto sin visitar Vila Nova de Gaia. Estamos en una ciudad célebre por sus vinos y visitar alguna de las bodegas que pueblan Vila Nova de Gaia merece la pena. Y no sólo por catar oportos en Graham´s o Taylor´s sino también por disfrutar de otra panorámica de postal.
Otras dos visitas obligadas en Oporto son la Librería Lello y el café Majestic, verdaderos iconos de la ciudad. La librería Lello es un edificio neogótico con escaleras de fantasía que recuerdan a las del colegio de Harry Potter. No por nada J. K. Rowling vivió aquí ganándose el sustento como profesora de inglés. El café Majestic es el café más antiguo de la ciudad, una maravilla novencentista que no tiene nada que envidiar al célebre A Brasileira lisboeta.
Ciudad milenaria, Oporto ha sabido renovarse, creando nuevos espacios. Y aquí es donde entra en juego la capacidad creativa del arquitecto Álvaro de Siza. Ver alguno de sus edificios basta para hacerse una idea del nuevo Oporto: la Fundación Serralves, cuyas líneas arquitectónicas dan todavía más esplendor a las pinturas que cobijan sus muros, la Casa Manuel Magalhaes, en la avenida Dos Combatentes, o las Piscinas das Marés, en la playa de Matosinhos, un complejo de agua salada que se funde con las rocas y las olas del Atlántico.
Guimaraes, el condado que alumbró Portugal
Aquí, a escasos 55 kilómetros de Oporto, empezó todo. Aquí nació Alfonso Enríquez, el joven conde que, después de la victoria sobre un poderoso ejército musulmán en Ourique, fue proclamado rey de Portugal por sus tropas y reconocido más tarde soberano de estas tierras por el rey de León. Fue allá en el siglo XII, cuando la guerra contra los ejércitos de Alá servía para configurar reinos cristianos y delimitar fronteras de futuras naciones. Portugal, entonces un condado, tenía su capital en Guimaraes. Una torre de defensa, un monasterio y algunas casas constituían toda su población.
Aquel pequeño burgo donde nació el conde que llegó a ser rey es hoy una ciudad moderna y dinámica, que conserva en muy buen estado su antiguo núcleo medieval; una ciudad, como escribiera Saramago, donde el río de la historia te entra a raudales por el pecho.
Qué ver Guimaraes
Arriba, en medio de un parque, rodeada de lienzos de murallas, dominando todo desde las alturas, sigue en pie la antigua torre de defensa, levantada en el siglo X y transformada en castillo a partir del XII. Como cabe esperar, las vistas de Guimaraes y el paisaje que la envuelve desde la fortaleza son espectaculares.
A poca distancia, en la misma colina donde está el castillo, se encuentra el palacio del primer duque de Bragança, construido a comienzos del siglo XV en estilo borgoñón. El dictador Salazar se instaló en él en 1933, fecha en que se realizaron las reformas a las que debe su actual aspecto de péplum medieval. Y entre la gran torre del homenaje y el palacio, otra isla de tiempo, la pequeña capilla románica donde fue bautizado Alfonso Enríquez.
Pero el verdadero núcleo de Guimaraes se extiende alrededor de la iglesia de Nossa Senhora da Oliveira, situada en una plaza llena también de recuerdos históricos. Justo enfrente hay un templete gótico del siglo XIV que conmemora la victoria cristiana en la batalla del Salado, el Padrao do Salado. Y en la misma plaza se encuentra el Ayuntamiento, un edificio del siglo XVI con arcadas que van a dar a una nueva plaza, aún más hermosa y evocadora que la anterior, flanqueada por casas que nos trasladan de golpe a la Edad Media.
Además de todos los paseos del mundo por esta zona antigua de Guimaraes, hay dos visitas que aconsejamos a los amantes de los museos: el Museo Alberto Sampaio y el Museo Martins Sarmento. El segundo, el más antiguo, lleva el nombre del arqueólogo que excavó las ruinas de Citania de Briteiros y alberga valiosos testimonios de la Edad del Hierro. El primero, el Museo Alberto Sampaio, ocupa el hermoso claustro de la Colegiata de la Virgen de Oliveira. Saramago aconseja su visita en su Viaje a Portugal: “Otros habrá de mayor riqueza, con muestras más famosas, con ornamentos de linaje superior: el Museo de Alberto Sampaio tiene un equilibro perfecto entre lo que guarda y el entorno especial y arquitectónico”. Es verdad; es una delicia tanto por su contenido como por su continente.
Citania de Briteiros, un poblado de la Edad de Hierro
Tan solo a 15 kilómetros de Guimaraes, entre colinas que forman sierras y bosques de pinos, encontramos Briteiros, el poblado de la Edad de Hierro cuyos tesoros arqueológicos hemos podido ver en el Museo Martins Sarmento. El tiempo ha hecho sus estragos, por supuesto, pero aún se pueden contemplar los restos de las antiguas murallas que rodeaban la vieja aldea celtíbera y también las calzadas adoquinadas que hicieron más tarde los romanos para comunicar el lugar con Braga.
Braga, a la sombra de la Iglesia
Menos de 30 kilómetros separan Guimaraes de Braga, la antigua Bracara Augusta romana. Esta ciudad es la capital religiosa de Portugal. Y eso se nota, ya que gran parte de sus monumentos recuerdan el poder, el peso de la Iglesia. En primer lugar la Sé o catedral, gran construcción gótica enriquecida en el siglo XVI por el arzobispo Diego de Sousa.
Cerca de la catedral se levanta el antiguo palacio episcopal. Y junto a las murallas de este monumental conjunto de edificios de los siglos XIV, XV, XVII y XVIII, el cuidado y hermoso jardín de Santa Bárbara.
Mansiones del siglo XVIII y hermosos jardines como el de Santa Bárbara confieren un encanto especial al casco histórico de Braga, hecho como a inspirados empujones. Hay que agotarlo sin brújula. Y después pasear sin prisas por la Rua do Souto, estrecha calle peatonal llena de tiendas y cafés. Y salir a la Praça da República, donde se levanta la Torre de Menagem, único recuerdo de las viejas murallas medievales que protegían la ciudad.
Y para terminar, dos visitas obligadas, que bien merecen un desvío. La capilla de san Fructuoso, a menos de cinco kilómetros por la carretera que lleva a Ponte de Lima: una pequeña iglesia visigótica, una joya de soplos bizantinos y arcos de herradura. Y Bom Jesus do Monte, una impresionante basílica neoclásica que se alza en lo alto de una colina, al final de una escalinata barroca que salva más de cien metros de desnivel. El lugar es realmente único. Parques, fuentes, hoteles de principios de siglo, templetes, terrazas y hasta un lago… No se puede describir, hay que estar allí.
Viana do Castelo, la princesa de la costa Verde
Las aguas del Lima desembocan en el bravío Atlántico a la altura de Viana do Castelo, alzada sobre la foz del río. Viana do Castelo es la perla turística de la Costa Verde portuguesa y también uno de los destinos favoritas de los surfistas, que encontramos nuestro pequeño paraíso en la Praia do Cabedelo, al sur de la ciudad, flanqueada por un bosque y un cinturón de dunas.
Viana do Castelo proporcionó barcos y marinos para la aventura de los descubrimientos portugueses y se enriqueció a manos llenas gracias al comercio con Brasil y a la pesca del bacalao procedente de los bancos de Terranova. Las ostentosas mansiones que decoran sus impolutas calles históricas hablan hoy de aquella bonanza.
Pero la memoria es caprichosa y el recuerdo imborrable de esta encantadora y animada ciudad universitaria se encuentra a cinco kilómetros del centro, tras una zigzagueante carretera que sube al monte de Santa Luzia. Allí junto a restos de la Edad del Hierro y una basílica, nos espera una subyugadora panorámica de Viana do Castelo y de la desembocadura del río Lima. Sin duda, una de las imágenes más sublimes que guardarás de Portugal.
Remontando el curso del Lima
Estamos junto al río que los romanos confundieron con el Leteo, el río del olvido y del sueño. Pero no conviene perder la concentración, porque remontando su curso nos aguardan bellas villas cargadas de historia y bellezas naturales que se acuestan en sus aguas.
Ponte de Lima es la primera. Se trata de una encantadora población acunada en la canción del río. El viejo puente con 27 arcos, por donde pasaba la vía romana de Braga a Tuy, sirve para enfilar el siguiente destino: Ponte da Barca, otra evocadora villa y otro magnífico puente por el que cruzaban y aún cruzan los peregrinos rumbo a Santiago de Compostela. Cuatro kilómetros al norte está Arcos de Valdevez, donde los puentes medievales vuelven a recordarnos la importancia de estos viejos enclaves medievales como cruces de caminos.
Muy cerca está ya el Parque Nacional da Peneda-Geres, con sus macizos graníticos y sus valles de robles, pinos y tejos. Pero nuestro viaje sigue otra dirección, nos lleva a otro río, el Miño, al que Álvaro Cunqueiro dedicó páginas sublimes.
Valença do Minho
Tan augusto como el primer emperador romano, casi paternal, el Miño - como escribe García de Cortázar en su Viaje al corazón de España - es parte indisoluble de las ciudades gemelas que se levantan a uno y otro lado de la raya fronteriza que separa España de Portugal, lugares erizados de templos y fortalezas que parecen nacidos del mismísimo reflejo de las aguas. Tuy, en la parte española, y Valença do Minho, en la portuguesa, son las más evocadoras. A cada paso, a cada giro de cabeza por las callejuelas de sus cascos antiguos, un descubrimiento, una dosis de belleza.
Y antes de cambiar de tercio, antes de regresar a Oporto y sumergirnos en Trás-os-Montes, una último sorpresa. A seis kilómetros de Valença, Monte do Faro. Una carretera en perfecto estado nos lleva a este espléndido mirador, con vistas a Valença, a Tuy y al Miño.
Ruta por el Alto Duero y Trás-os-Montes
Saliendo otra vez de Oporto, esta segunda ruta nos lleva Duero arriba, por tierras que dejan al viajero boquiabierto, y se interna en Trás-os-Montes, ese reino maravilloso que se alza en la cima de Portugal. Sobre Trás-os-Montes escribió Miguel Torga:
“Aunque mucha gente diga que no, siempre ha habido y habrá reinos maravillosos en este mundo. Lo que hace falta, para verlos, es que nuestros ojos no hayan perdido la virginidad original ante la realidad y que nuestro corazón, después, no vacile. Pues bien, Trás-os-Montes, para existir de verdad como lo que es, uno de los lugares más bellos que podamos imaginar, necesita que el viajero reúna esas dos condiciones”.
Viñedos del Alto Duero
Menos de 120 kilómetros separan Oporto de Peso de Régua, una soleada ciudad junto al Duero. Por el camino, y más allá, una tierra de vinos a través de una sinuosa carretera con vistas a colinas y laderas repletas de viñas y bosques que llegan hasta el río.
Estamos en el país del oporto. Los caldos que maduran en las bodegas de Vila Nova de Gaia vienen de aquí, de las quintas que salpican el Alto Duero.Un buen número de ellas admiten visitas con cata incluida, como la Quinta do Castro, apaciblemente recostada en lo alto de un promontorio. Belleza a esta parte de Portugal no le falta en ninguna época del año. En escarpadas laderas, crecen las cepas como la albahaca en las ventanas.
No muy lejos de la Quinta do Castro, en un meandro especialmente bello del Duero, está Pinhao, donde hay que ver la estación de tren, decorada con azulejos que reflejan la cultura vinícola que baña esta región.
Pero la carretera invita a seguir. Conducimos bordeando montañas, entre curvas y barrancos, con furtivas apariciones del Duero. Y de pronto vemos la señal de desvío y más tarde aparecen sus jardines de ensueño. Se trata de la Casa de Mateus, la espléndida casa solariega mandada construir por Antonio José Botelho a comienzos del siglo XVIII: un palacio de cuento, el lugar más llamativo de todo el Alto Duero, un alarde de teatralidad barroca que bien merece una parada.
El hechizo de Casa Mateus ensombrece un poco la visita a Vila Real. Y eso que, como dice Ernesto Escapa en Corazón de roble, Viaje desde la Sierra de Urbión hasta Oporto, “su situación en el anfiteatro que forman las sierras de Marao y Alvao predispone a permanecer en el embeleso”.
Esta región de Portugal está repleta de miradores. El de Sao Leonardo da Galafura ofrece una panorámica imborrable: el río remansado con la escolta de las laderas que aprietan sus márgenes.
Trás-os Montes
Vila Real es la puerta a Trás-os-Montes. Nadie ha descrito mejor esta región de Portugal que Miguel Torga, a quien no tengo empacho en volver a citar:
“¡Un mundo! Una inmensidad de tierra gruesa, pedregosa, bravía, que tan pronto se levanta a pulso con un ímpetu de subir al cielo como se hunde en unos abismos de angustia, por una especie de misteriosa condición telúrica”.
Y sigue:
“Tierra Caliente y Tierra Fría. Leguas y leguas de suelo rabioso, contorsionado, quemado por un sol de fuego o por un frio de hielo. Sierras superpuestas a sierras. Montañas paralelas a montañas. Entre ellas, ceñidos por roquedales, ríos de agua cristalina, cantarines, oasis en la inquietud que provocan esas arrugas geológicas, un valle inmenso en el que los ojos descansan de la agresión de roquedales. Vegas que dan alegría a Chaves, Vila Pouca, Vilariça, Mirandela, Bragança y Vinhais”.
No conozco una introducción mejor a Trás-os-Montes, cuya capital histórica, Bragança, poblada de historias imborrables, conserva intacta su ciudadela del siglo XII. Desde ella a Chaves se extiende un paisaje memorable rara vez visitado por los turistas y que, según Saramago, bien merece un desvío. Nosotros, en cambio, alargando hasta el último aliento nuestra vuelta a casa, optamos por Miranda do Douro, ciudad fronteriza, fortificada hasta los dientes, encaramada en lo alto de la garganta del Duero.
Donde dormir en Oporto en autocaravana
Nuestro consejo, tanto para aparcar como para quedarte y pernoctar con Autocaravana en Oporto, es que consultes alguna de las APPS útiles para viajar en autocaravana.
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