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Galicia en autocaravana: Costa da Morte

DE MALPICA A FINISTERRE EN AUTOCARAVANA

Todas las rutas que se extienden paralelas al mar son perfectas para un buen viaje sin prisas, pero la de la Costa de la Muerte, tan bella como accidentada, es una de las más especiales. Ruta de rumbo incierto, de idas y venidas, de curvas de infarto y atardeceres memorables. Ruta de innumerables acantilados, rías sinuosas, grandes playas abiertas, faros imponentes y cabos de leyenda que marcan el camino de norte a sur: Roncudo, Vilán, Touriñán, Finisterre.  Ruta batida por un océano violento y salpicada por un rosario interminable de pequeños pueblos. Ruta por donde el viento y el aire se asemejan a la respiración divina.

Costa da Morte

Lejos quedan hoy los tiempos en que manos sin nombre colocaban luces en los cuernos de las vacas para simular faros y dirigir los barcos contra las rocas; el botín era así recogido por la mismas manos misteriosas, tal y como hacían los malhechores de La Posada Jamaica, la película de Hitchcok. ¿Se acuerdan?

Sí, esos días novelescos han pasado. Hoy ya no hay muerte en esta costa escarpada, sin duda llena de peligros. Pero las viejas historias de naufragios y tragedias siguen recorriendo la Costa de la Muerte,  envolviendo sus acantilados y sus pueblos de misterio y fascinación.

“Un inmenso cementerio marino, poblado de ecos y murmullos legendarios, sobre el que faena, respetuosa, la parroquia de los vivos”, dice Manuel Rivas de este rincón mítico de Galicia. A lo que César Antonio Molina, en su extraordinario Viaje a la Costa Da Morte, añade: “A Finisterre no sólo han viajado los vivos y conocidos, sino también los muertos, los resucitados, las almas”. Muertos como los Santos Inocentes, que, según  Álvaro Cunqueiro, llegaron en peregrinación a Finisterre. O como aquel general inglés del siglo XIX cuyo cadáver  encontraron unos lugareños en la playa de Trece, dentro de una barrica de ron, entre los restos de un naufragio: el insigne militar había muerto en la India y era enviado a Inglaterra para ser enterrado en el panteón familiar. Historia y leyenda se mezclan en esta costa rocosa como en ningún otro lugar de España.

Viaje a la Costa da Morte de César Antonio Molina

LA MEJOR ÉPOCA DEL AÑO PARA VIAJAR A LA COSTA DA MORTE

No hay acuerdo acerca de dónde comienza la Costa de la Muerte. Unos dicen que en Caión, a apenas 20 kilómetros de La Coruña. Otros afirman que en Malpica. Sobre el final, en cambio, no hay duda: Finisterre, el lugar donde los romanos imaginaron la conclusión del mundo, más  allá del cual sólo podía haber un mar borrascoso o el abismo; el lugar, también, al que muchos peregrinos, en cumplimiento de la  tradición, acudían, tras venerar al apóstol Santiago en Compostela, para contemplar la bellísima puesta de sol.

La ruta que aquí proponemos comienza en La Coruña, en el evocador jardín de San Carlos, y termina en Finisterre. Por el camino, un bellísimo rosario de pueblos, casi siempre al borde del mar, y un sinfín de vueltas y revueltas por carreteras retorcidas y no siempre en buen estado.

Fotografía: Alba Fernández

  En su libro César Antonio Molina dice que el viaje por la Costa da Morte debe hacerse, preferiblemente, en pleno invierno, “para ver a la naturaleza área, terrestre y marítima en todo su apogeo”. Nosotros aconsejamos la primavera, para tener más probabilidad de buen tiempo. Y si quieres darte un chapuzón – siempre con cautela – en alguna de sus preciosas playas, en verano. 

LA CORUÑA: RECUERDO DE LOS NÁUFRAGOS EN EL JARDÍN DE SAN CARLOS

De La Coruña se ha dicho que parece una sirena dormida que puede despertarse en cualquier momento y zambullirse en los jardines submarinos que, en un pasado remoto, le sirvieron de morada. Ciudad llena de historia y de historias, La Coruña es el lugar ideal para iniciar nuestro viaje a la Costa de la Muerte. Allí está la Torre de Hércules, uno de los faros más antiguos del mundo. Y allí, en el jardín de san Carlos, junto a otras lápidas que recuerdan la lucha de las tropas inglesas en la guerra contra Napoleón,  encontramos una placa que nos habla de los naufragios y tragedias que recorren, de punta a punta, la rocosa Costa de la Muerte. Dice así:

“A la sagrada memoria de los 172 oficiales y hombres de la Royal Navy que murieron en sus puestos a bordo del barco de su Británica Majestad, Serpent, naufragado en la roca Boi, cerca de cabo Vilán, alrededor de 36 millaS de este punto, el diez de noviembre de 1890.”

Jardín de San Carlos

La Coruña, claro, es mucho más: la Puerta Real, la plaza María Pita, la Avenida de la Marina, la iglesia de Santiago y la Colegiata de Santa María del Campo, el Castillo de San Antón, el Museo Provincial de Bellas Artes… Y por supuesto, la puesta de sol, una puesta  de sol única, cuya luz recordaba a Cunquerio la luz “de los mediodías submarinos en los países que al fondo del Atlántico llevó la fantasía de antaño”. 

Atardecer en la Avenida Marina A Coruña

MALPICA DE BERGANTIÑOS

De La Coruña a Malpica de Bergantiños hay menos de cincuenta kilómetros: más o menos cuarenta minutos. Y aquí sí que nos encontramos cara a cara con la Costa de la Muerte. Se trata de uno de los pueblos más bellos y coloristas de esta ruta. 

Cunquerio, en su Guía de Galicia, dice que Malpica parece construido en el mar y en el viento. Y es verdad. El lugar donde se asienta este viejo pueblo de pescadores no puede ser más sobrecogedoramente bello. Sobre un alto promontorio, que separa el puerto de la playa, se aprietan  casas típicas, tabernas marineras y calles estrechas, limitadas por un acantilado vertical. Estar en Malpica es como estar un alto navío en el mar mayor.

Malpica Fotografía: Ana García

Además de pasear tranquilamente por sus calles y de entrar en alguno de sus bares y tabernas para comer pescado y marisco, vale la pena visitar la iglesia de San Julián,  en la parte más alta del pueblo. Y después, hay que acercarse al cabo San Adrián y contemplar el espléndido espectáculo del mar tenebroso azotando las tres islas Sisargas.

Vistas desde el mirador en el cabo San Adrián

LAS ISLAS SISARGAS

Las islas Sisargas son tres imponentes peñascos situados frente al cabo de San Adrián. Se llaman Grande, Malante y Chica. Un buen plan es dejar nuestra autocaravana o nuestra camper en el camping Sisargas, en Malpica, y pasar en barco a las islas.  Se desembarca en el pequeño malecón de la isla grande. Dice la leyenda que allí hubo un templo dedicado a Hércules. Si lo hubo, no  queda rastro de él. Lo que sí hay: gaviotas, cormoranes, cuervos marinos… y una estrecha carretera de dos kilómetros que sube hasta el faro. El esfuerzo vale la pena: un horizonte infinito de majestuosa belleza.

Faro de Isla Grande

SANTIAGO DE MENS

A unos ocho kilómetros de Malpica está Santiago de Mens. Una pocas casas de piedra  y una bella iglesia románica del siglo XII componen este pequeño pueblo.  Enfrente, al otro lado de la carretera,  se alzan las Torres de Mens, que pertenecieron a los condes de Altamira. Altivas sobre un pequeño cerro y cubiertas de vegetación salvaje por todas partes,  parecen la obra de un pintor del siglo XIX.

Torres de Mens en Malpica

PUNTA RONCUDO

Muy cerca, en la orilla derecha de la ría de Allons, encontramos Corme, un puerto que tiene fama de difícil. Dos kilómetros más y llegamos a uno de los platos fuertes de esta ruta: Punta Roncudo, un lugar digno del viejo lobo de mar que puebla las primeras páginas de La isla del tesoro.

Aquí, según dicen, se cogen los mejores percebes del mundo. Y por aquí encontramos también una de las playas más hermosas de esta parte del litoral gallego: el arenal Ermida, de arena blanca y agua transparente, así llamada por la ermita que estaba y ya no está en el pequeño islote de  la Estrela, junto a la playa.  

Faro de Punta Roncudo

LAXE

Laxe comparte su ría con Corme. Los puertos de ambos pueblos se encuentran el uno frente al otro. Villa marinera por excelencia, Laxe es también  un cotizado destino veraniego por la tranquilidad y belleza de su entorno y su enorme y desierta playa.

Calles estrechas, casas antiguas con noble fachada… Laxe aún conserva algo de su antigua ciudadela medieval. Destaca la iglesia románica de de Santa María de la Atalaya. Toda la ría se contempla desde su atrio.  Hay que acercarse allí, sin duda. Y después pasear por la playa. 

Laxe

DOLMEN DE DOMBATE

Muy cerca de Laxe, a menos de doce kilómetros,  se yergue aún el Dolmen de Dombate. Aquí, según Cunqueiro, yacieron los reyes celtas de antaño, cuyo recuerdo evoca Eduardo Pondal en el célebre poema que dedicó a este monumento megalítico, misterioso, rodeado de leyendas. 

Aunque encuentra junto a la carretera, es un lugar mágico: una gran losa horizontal apoyada sobre varias verticales.    

Dolmen de Dombate Fotografía: Jose Manuel Casal

CAMARIÑAS

Una carretera que sigue la costa desde el interior salva continuos montes repletos de bosques y llega hasta Camariñas, situada en la ría del mismo nombre: una ría magnífica, con bosques que llegan hasta las mismas aguas, amplia y suave, con un poco de la dulzura de las Rías Bajas.

Camariñas se extiende plana tras su amplio muelle, con casas encaladas de blanco que dan a sus calles una luz distinta del resto de los pueblos de la Costa de la Muerte. Camariñas es la villa de los encajes y a las puertas de sus casas aún pueden verse algunas palilleiras realizando los encajes más increíbles, una maravilla que, por desgracia, cada vez se va haciendo más escasa.  

Camariñas Fotografía: Luis Miguel Bugallo Sánchez

CABO VILÁN

Menos de cinco cinco kilómetros separan Camariñas del cabo Vilán, uno de los tramos más peligrosos de la Costa de la Muerte para navegar y uno de los más hermosos para asomarse al viejo mar tenebroso. Aquí se levanta el primer faro eléctrico construido en España. Pero lo que atrae la mirada no es el faro, sino el mar bravo y turbulento, los acantilados, el desierto y rocoso litoral. 

Cabo Vilán Fotografía: Jose Antonio Cartelle

LA PLAYA DE TRECE

Aquí, en este rincón de la Costa de la Muerte, se produjo el naufragio del Serpent, cuyo recuerdo ya hemos conjurado en La Coruña, en el jardín de San Carlos. En 1890, este buque escuela de la Royal Navy encalló frente a la Punta de Boi y de sus 175 tripulantes  sólo se salvaron tres, que llegaron nadando a la impresionante playa de Trece, visible desde el mirador del Cabo Vilán.

Playa de Trece

VIMIANZO  Y MUXÍA

Vuelta atrás – es el sino de la Costa de la Muerte – y parada en Vimianzo, pequeña villa varada en un amable valle vigilado por el gran castillo de los Moscosos, cuidadosamente restaurado en el siglo XIX. Allí, según dicen, estuvo preso el obispo de Tuy. Y sus muros aún conservan el recuerdo de las contiendas medievales que desangraron las tierras gallegas.

Castillo de los Moscosos

La ruta continúa en Muxía, a la que llegamos en media hora, minuto más o menos.  Se trata de un pueblo bellísimo, incrustado en una pequeña península que se introduce en el mar.  Cunqueiro describe esta villa pescadora y marinera como un pequeño Saint-Malo. Pero Muxía no necesita de tales comparaciones. Su puerto es uno de los más evocadores de la Costa de la Muerte. 

En Muxía está el santuario de Nuestra Señora de la Barca, del siglo XVIII, en cuyo atrio encontramos la legendaria piedra que bascula, baila y hasta  canta cuando el que la pisa no está en pecado mortal. Piedra legendaria, de ella se dice que fue la barca en la que llegó la Virgen a esta costa para dar ánimos a Santiago en su empresa evangelizadora. Imposible no recordar la oración con que los antiguos marinos buscaban su protección antes de hacerse a la mar: “Nuestra señora da Barca / Nuestra Señora valedme, / que estoy en medio del mar, / y no hay barquero que reme”.

Santuario de Nuestra Señora de la Barca en Muxía

CABO DE TOURIÑÁN

Más vueltas y revueltas nos llevan de Muxía al cabo de Touriñán. No es un trayecto cómodo, pero la terrible belleza del paraje que atravesamos y la panorámica que nos espera al final valen el rodeo y las dificultades de la carretera. No hay cabo sin su faro, y el de Touriñán cuenta con dos. Uno, en desuso, levantado en 1898 y otro en funcionamiento desde 1981. El cabo de Touriñán es, sin duda, uno de los momentos inolvidables de esta ruta.

Faro del Cabo de Tauriñán

CORCUBIÓN

Desde el cabo de Touriñán hay que bajar, por la misma carretera y en sentido opuesto, hasta Morancelle y, desde aquí, por la C-552, llegamos a Concurbión, al fondo de la ría que se abre desde Finisterre hasta el Pindo.

Corcubión  es un pueblo blanquísimo, con miradores acristalados y un cementerio sobre el mar. César Antonio Molina dice que, de entre las villas de la Costa de la Muerte, es la mejor conservada. Puede que así sea. Sin duda, es una villa hermosísima, el punto opuesto de la cada vez más industrializada Cee.

Corcubión

FINISTERRE

A doce kilómetros de Corcubión está el cabo de Finisterre, el fin de Europa, el inhóspito punto  que detuvo a las legiones romanas. Abierto a un mar legendario y temido, resulta  imposible imaginar un fin del mundo más dramático. La puesta de sol en este lugar enfrentado a los vientos y tempestades del Atlántico resulta de una belleza sobrecogedora. Pero, como dice Fernando García de Cortázar en su extraordinario Viaje al corazón de España “no sólo por lo que uno ve, sino por lo que uno piensa de los tiempos en que se creía que aquí terminaba el mundo”.

Cabo de Finisterre

DONDE PERNOCTAR EN NUESTRA RUTA POR LA COSTA DE LA MUERTE

Vueltas y revueltas por carreteras no siempre en buen estado aparte, la ruta de la Costa de la Muerte es perfecta viajar en autocaravana, ya que existen numerosos lugares donde pernoctar:

  • En Malpica podéis pernoctar en el Camping Sisargas. Está situado en el mismo pueblo y reúne todos los servicios necesarios. 
  • En Laxe, cualquiera  de los campings que hay en sus proximidades.
  • En Camariñas podéis pernoctar en el parking del puerto deportivo.
  • Muxía cuenta con un área de autocaravana. Y si no os convence, siempre esta la posibilidad de dirigirse a alguno de los campings cercanos.
  • En Fisterra podréis pernoctar en el Parking del Faro.  Estancia máxima, 48 horas.

COMER EN LA COSTA DE LA MUERTE

En Galicia se sigue comiendo bien y barato. Esta zona de la Costa de la Muerte tiene una gastronomía personalísima. Apenas salsas y con un respeto mayúsculo a la materia prima. Es, además, muy variada, con la patata, esos sí, como acompañamiento universal.

Pulpo a la gallega

El cerdo ocupa un lugar privilegiado, y algún plato, como el lacón con grelos, forma parte del recetario clásico. En popularidad le sigue el pulpo, por lo general aliñado sólo con aceite, sal y pimentón. La fama de la ternera gallega es legendaria. Y claro, puesto que estamos en la costa, hay que hablar del pescado: lubina, rodaballo, sardinas, los menos conocidos pescados de roca, al horno, a la brasa, a la cazuela.

Mención aparte merece el marisco. Galicia es el reino del percebe, pero también del centollo, del bogavante, de la langosta o de la nécora.

Y para acompañar, los vinos de la tierra: el Albariño o el Ribeiro.

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