La Vía de la Plata en Autocaravana
DE ASTORGA A MÉRIDA POR LA RUTA DE LA PLATA EN FURGONETA CAMPER
La Vía de la Plata recorre el Oeste español de Norte a Sur. Es el camino histórico más antiguo y, junto al de Santiago, el más bello de toda la Península. Perteneció a las legiones romanas durante más de cinco siglos, pero antes lo habían utilizado ya los cartagineses, los fenicios, los tartesios… Hoy se materializa en la carretera nacional N-630 y es una excusa perfecta para visitar con nuestra autocaravana algunos de los lugares más monumentales y evocadores de España. Y es que esta ruta pasa por tres ciudades Patrimonio de la Humanidad (Salamanca, Cáceres, Mérida) y por otras dos que podrían serlo perfectamente (Zamora y Plasencia).
Hay caminos históricos que responden a impulsos religiosos y otros que son culturales y vitales. La Ruta Jacobea o las peregrinaciones a Jerusalén pertenecen a la primera categoría; la Vía de la Plata, a la segunda.
Se trata de la primera “autovía” de la Península Ibérica, una calzada que unía Astorga y Mérida, una ruta por la que se fueron los carromatos de plata y oro que Roma acopió en las minas de Galicia, León y Asturias. Casi quinientos kilómetros si dejaban su mercancía en Mérida, la capital de la provincia de la Lusitania, la novena ciudad más grande del imperio romano. Y doscientos cincuenta más si estaban obligados a bajar hasta Itálica, a los embarcaderos del río Betis, que los árabes llamaron Guadalquivir.
Curiosamente, fueron también los árabes quienes dieron a la ruta su nombre, ya que éste viene de una derivación de “al blata” (enlosada), que fue como se conoció a la antigua calzada en la época de los emires y califas de Al Andalus.
La Vía de la Plata se materializa hoy en la carretera nacional N-630, que corre casi paralela a la autovía A-66. La N-630 no pasa por Astorga, pese a ser esta ciudad el punto de partida de la antigua calzada romana. Nuestra ruta, sin embargo, será fiel a la historia. Salimos, por tanto, de Astorga, entramos en la N-630 a la altura de Benavente, y de ahí hasta Mérida, la vieja Emérita Augusta. Por el camino, nos salen al paso ciudades que compiten en belleza, historias y recuerdos, y tomamos dos pequeños desvíos que llevan a los pueblos de la Maragatería, el primero, y a Hervás, en pleno valle del Ambroz, el segundo.
ASTORGA
Astorga ha cumplido ya más de dos mil años. Fue fundada por el emperador Augusto como campamento militar cuando decidió acabar con la feroz resistencia de los astures y llegó ser una de las ciudades más importantes de Hispania. Por aquí pasaron las ingentes cantidades de oro y plata que los romanos sacaron de Las Médulas y de otras minas cercanas de León y Galicia. Pero, sin duda, su época de mayor esplendor llegó en la Edad Media, y fue gracias al Camino de Santiago. Ninguna ciudad tuvo más hospitales que Astorga y pocas acogieron mejor al peregrino.
Qué ver en Astorga
No puede irse nadie de Astorga sin pasar por el Museo Romano, levantado sobre un viejo depósito de esclavos. Allí pueden verse los restos de la vieja Asturica Augusta: mosaicos, pinturas de estilo pompeyano, monedas, estelas curiosas… No es mucho, cierto, pero es lo que el tiempo no ha devorado. Eso y algunos trozos de las murallas, rehechas en la Edad Media.
La Plaza Mayor es uno de los rincones más vivos y bellos de la ciudad. Allí está el Ayuntamiento, monumental obra barroca en la que encontramos a los populares Colasa y Perico, dos maragatos autómatas que dan las horas en una campana. Allí quedan también algunas de las mejores pastelerías de Astorga.
Y llegamos a la catedral, cuya construcción se demoró tres siglos. Es el principal hito de Astorga y el mayor monumento de toda la ciudad. Destaca el gran rosetón de la fachada principal, puro gótico; el retablo mayor, del siglo XVI; y la deliciosa talla de la Virgen de la Majestad, de estilo románico.
Junto a la catedral se alza el Palacio Episcopal, capricho que Gaudí imaginó para el obispo de Astorga: un palacio inverosímil, de estilo neogótico, que bien podría haber inspirado al mismísimo Walt Disney.
Y para terminar, otro capricho, pero esta vez en forma de dulce: el Museo del Chocolate. Amantes del chocolate, de rodillas.
La MARAGATERÍA
Muy cerca de Astorga quedan algunos pueblos maragatos muy bien conservados, como Castrillo de los Polvazares, declarado Conjunto Histórico Artístico. La Vía de la Plata no pasa por esta singular población, pero el desvío vale la pena. Calles empedradas, casonas blasonadas, viviendas típicas de la Maragatería…
El camino de la Plata tira hacia el sur, dejando la Maragatería a la derecha. Carretera de asfalto y vías de hierro bajan aproximadamente por los mismos lugares hasta llegar a Benavente, ciudad encantadora que arranca de un fuerte peñasco sobre el río Órbigo. Allí queda todavía la torre de la imponente fortaleza medieval. Allí tomamos la N-630 en dirección a Zamora.
ZAMORA
Salpicado de campos de trigo y girasoles, el camino hacia Zamora es uno de los más sencillos de la ruta. Kilómetros de carretera sin apenas curvas. Viriato anduvo por aquí en sus peleas contra Roma y ésta dio buena utilidad a la ciudad que aquí tenían los celtíberos, convirtiéndola en uno de los puntos estratégicos de la Vía de la Plata. Sin embargo, el esplendor de Zamora se fraguó en la Edad Media, cuando sus impugnables murallas la hicieron casi inexpugnable y muy famosa.
El puente de hierro ofende al medieval, tan airoso y firme. Desde este último el poeta Blas de Otero saludó al Duero, sin duda, el elemento fundamental de Zamora: “Por los puentes de Zamora, /sola y lenta, iba mi alma. / No por el puente de hierro. / El de piedra es el que amaba. / A ratos miraba el cielo, / a ratos miraba el agua.”
Qué ver en Zamora
Sí, sin el Duero ésta sería otra ciudad. Y es que el impetuoso espejo del río ayuda a resaltar los hitos de Zamora: el puente de piedra, el espigón amurallado, la catedral, las más encantadoras iglesias románicas…
La parte moderna de Zamora es como cualquier otra ciudad. Pero la antigua, la ciudad vieja, con su sucesión de iglesias románicas, sus amables rincones, sus estrechas calles acogedoras y la visión magnífica del río Duero y de sus arboladas islillas, es otra historia.
La catedral, por supuesto, es el primero de los monumentos de Zamora. Se trata de una de los templos más bellos de España, lo que no es decir poco. Nada de lo que se ha escrito nos prepara para el impacto que produce la visión de su cimborrio, una maravilla recubierta de escamas de piedra que resume toda una época.
Ninguna otra ciudad en el mundo puede mostrar la sucesión de iglesias románicas que Zamora atesora en su parte vieja. Nada menos que veintidós. Muy cerca de la catedral está la de San Isidoro. Y no muy lejos de ésta, la de san Pedro y San Ildefonso. Mi favorita es la Magdalena, a la que se llega por la rúa de los francos.
La Plaza de de Viriato es el corazón de Zamora. Allí podemos ver el Hospital de la Encarnación y el Palacio de los Condes de Alba y Aliste, joya del Renacimiento convertida en parador.
Desde la Plaza de Viriato llegamos enseguida a otra iglesia románica, la de San Cipriano, y la hermosa plazuela que le da abrigo, un hermoso mirador sobre el Duero. A dos pasos queda otra plaza encantadora, con otro templo románico, el de Santa Lucía, y otro palacio del Renacimiento, el del Cordón.
Y hay más, claro. Pero también hay que dejar algo para la sorpresa.
SALAMANCA
Zamora ve pasar el Duero como sumergida en el sueño místico de sus iglesias románicas. Justo lo contrario que Salamanca, donde la vida sigue su curso animada por su Universidad.
Sánchez Rojas decía que Salamanca, a pesar de su tradición universitaria, no da al viajero que llega por primera vez la sensación de una ciudad de libros, sino la visión de un conjunto monumental de piedras maravillosamente labradas. Es verdad. Cualquiera que cruce el viejo puente romano sobre el Tormes quedará un poco aniquilado ante el esplendor y las glorias de esta ciudad que, ya en el siglo XVI, llegaron a llamar la Atenas de Occidente, nada menos, ante la fama de los hombres de letras que allí vivieron y las obras que dejaron.
Y puesto que hablamos de letras, ¿dónde encontrar escenarios más evocadores que junto al Tormes? Aquí nació el Lazarillo. La Peña de la Celestina, que dio nombre a la memorable alcahueta, se alza junto al puente romano. No lejos debió estar el huerto de Melibea, donde fue a parar el halcón de Calixto. Fray Luis de León enseñaba en las aulas de la Universidad, cuyos muros aún guardan el eco del Venceréis, pero no convenceréis de Miguel de Unamuno.
Qué ver en Salamanca
Para captar toda la belleza de Salamanca hay que caminarla tanto de día como de noche, puesto que ambas visiones son complementarias e imprescindibles. No es lo mismo ver la fachada de la Universidad a media mañana que al amanecer o al atardecer. Y tampoco es lo mismo callejear entre las fachadas platerescas, bajo los medallones y torreones de talla airosa, a una u otra hora del día. El centro monumental de Salamanca cuenta, además, con la iluminación más esmerada de España, de ahí que la noche sea un momento único para ver la ciudad.
Un buen lugar para empezar la visita es el puente romano, desde el que se tiene una imagen verdaderamente excepcional de la ciudad, con las dos catedrales, al fondo, en lo alto, mirándose en las aguas.
A partir del puente y dada la excelencia del lugar, no queda más remedio que destacar únicamente la crema de la crema si no queremos sucumbir anegados de palacios, iglesias y conventos de gran nivel.
La Plaza Mayor de Salamanca es uno de los lugares más bellos del mundo y también el cogollo de la ciudad. “La plaza gira, zumba y canta”, escribió Ilya Ehrenburg en la primera mitad del siglo pasado. Y aún es cierto.
La Casa de las Conchas. No es el palacio más bello de la ciudad, pero quizá sí el más original. Construido a finales del siglo XV, su fachada, decorada con conchas compostelanas, es una verdadera delicia.
El Patio de las Escuelas Menores, con la estatua de Fay Luis de León en el centro, es una parada obligatoria. A este patio da la fachada plateresca de la Universidad. No se puede describir, hay que verla. Y después hay que entrar en el edifico de la Universidad para ver el aula donde dio clase Fray Luis de león, que conserva el mobiliario de la época, y visitar la Biblioteca, una de las más antiguas de Europa.
Salamanca tiene dos catedrales, en las que se unen el románico francés y el gótico esplendoroso de los Hontañones, padre e hijo. Están muy cerca de la Universidad, una al lado de la otra, y la dos son extraordinarias.
Y llegamos al convento de San Esteban, donde se combinan los estilos gótico y renacentista. Destacan su extraordinaria fachada plateresca; el claustro de los Reyes, de estilo gótico; y el rico retablo del altar mayor, obra de Churriguera.
A unos pasos encontramos el convento de las Dueñas, con otra bella portada plateresca y un claustro para la eternidad. Más lejos queda el Palacio de Monterrey, y cerca de esta evocadora mansión construida por Rodrigo Gil de Hontañón, el prodigioso Colegio de los Irlandeses o del Cardenal Fonseca, una de las grandes maravillas de la ciudad del Tormes.
Nos queda una última, pero no menos importante, visita: la interminable Clerecía, monumental conjunto de naves, galerías y patios, triunfo arquitectónico del vuelo y del genio barroco, símbolo de la grandiosidad y de la pesadumbre, como la corona de los últimos Austrias.
BÉJAR
De Salamanca la carretera sube hacia la industriosa Béjar, donde se encuentra el paso hacia Extremadura. Cervantes dedicó al duque de esta localidad la novela que ha divertido y emocionado a generaciones y generaciones de lectores. Sí, el Quijote. Béjar era entonces célebre por su industria textil, y del esplendor de aquellos tiempos nos hablan aún algunas calles, salpicadas de mansiones blasonadas, o el palacio-jardín de los duques.
HERVÁS
Ni la carretera nacional ni la vieja calzada romana pasan por el cerro en que se asienta Hervás. Pero el desvío vuelve a valer la pena, ya que este pueblo, situado en pleno valle del Ambroz, conserva en perfecto estado su antiguo barrio judío.
PLASENCIA
Un océano de encinares y pastizales se extiende alrededor de Plasencia, la Perla del Jerte. Fue fundada por Alfonso VII para que pluguiese a Dios y a los hombres, según reza en latín en su escudo.Y sin duda, se cumplió la profecía. Plaza fuerte bien amurallada, atacada y defendida por musulmanes y cristianos, Plasencia tiene tantos monumentos como historias acumulan sus piedras.
Qué ver en Plasencia
La parte antigua de Plasencia, merecedora de una parada de un día entero, está sembrada de conventos, palacios y casonas. A toda esta riqueza monumental, la ciudad fundada por Alfonso VII añade dos catedrales, la vieja y la nueva. La catedral vieja se construyó a lo largo del siglo XIII. La nueva se empezó a finales del siglo XV, y como se construyó derribando parte de la pequeña catedral vieja, parece estar en trance de devorar a su vecina. Sin duda, hay que ver las dos. De la vieja destaca la cúpula de inspiración bizantina y el claustro gótico. De la nueva el retablo mayor y la sillería del coro.
Vistas las dos catedrales, el mejor consejo es dar todos los paseos del mundo por el casco antiguo. Y por último, acabar en la hermosa Plaza Mayor, cuadrada y soportalada. Allí se encuentra uno de los palacios más bellos de la ciudad, el palacio Municipal.
CÁCERES
Nuestra siguiente parada es Cáceres. Fundada por los romanos en el siglo I a.C. , fueron los almohades los que rescataron la vieja colonia del olvido, convirtiéndola en un importante núcleo urbano y una fuerte plaza estratégica, y los ricos caballeros venidos de León, Galicia y Castilla quienes la llenaron de palacios e iglesias, hoy apiñados en uno de los conjuntos urbanísticos más completos y hermosos de Europa.
Qué ver en Cáceres
Bien protegida por la gentil ciudad de provincia que la rodea, la ciudad monumental de Cáceres es pura fantasía, una máquina del tiempo mucho más efectiva que la imaginada por H. G. Wells. Uno cruza el Arco de la Estrella y entra en el otoño de la Edad Media. Palacios de los Carvajal, de los Toledo-Moctezuma, de los Ovando, de los Solís, de los Golfines… ¿Qué historias no encierran sus muros? Historias como las de Romeo y Julieta, como las de Bolonia en tiempos de Dante. Plaza de las Veletas. Plaza de Santa María. Plaza de San Pablo…
Sí, pasear por Cáceres es un placer minucioso. Las callecitas bien empedradas desembocan en plazuelas encantadoras, plácidos rincones prestigiados por alguna iglesia o alguna vieja mansión nobiliaria. Pero más allá de cualquier descripción puntual de este o aquel monumento, la mejor recomendación para disfrutar del bello casco antiguo de Cáceres es pasearlo, perderse una y otra vez, descubrir sus mil tesoros escondidos.
MÉRIDA
Y llegamos al final de nuestro viaje: Mérida, la vieja Augusta Emerita, la antigua capital de la provincia de la Lusitania. Escribe Fernando García de Cortazar en su memorable Viaje al corazón de España:
“Por mucho que se haya leído, hasta que uno no llega a Mérida y se echa a andar por calles y plazas no se imagina realmente todo lo que queda de Roma en la ciudad que hoy ejerce como capital de Extremadura. Mérida fue una de las urbes más prosperas de la Antigüedad, la novena o décima del imperio, según el poeta Ausonio. Y eso se nota, ya que no hay un solo lugar del viejo casco urbano que no albergue en su suelo partes esenciales de la antigua Emérita Augusta”.
Qué ver en Mérida
Es verdad. Un catálogo de vestigios incluiría, ademas del teatro y del anfiteatro, los espléndidos puentes sobre el Guadiana y el río Albarregas; los acueductos de San Lázaro y de Los Milagros; el llamado Arco de Trajano, que, pese a su nombre, ni es arco triunfal ni estuvo dedicado al emperador, ya que fue una de las antiguas puertas de la urbe; el templo de Diana, que ha llegado hasta nuestros días integrado en un palacio del siglo XV, y lo que queda del dedicado a Marte en la iglesia de Santa Eulalia; los restos del foro, antaño punto de encuentro de sus habitantes; la Casa de Mithreo, cerca de la plaza de toros; el circo máximo, utilizado para carreras de caballos y cuadrigas que podían ver treinta mil asistentes; y claro, las estatuas, mosaicos, relieves y lápidas alojados en el Museo de Arte Romano.
No, Mérida no ha perdido la memoria de lo que fue. Aquí, donde ahora está el Ayuntamiento y antes se alzaba el foro, hallaba su punto final la Vía de la Plata. Eso sí, un poco engañosamente, porque la ruta se prolongaba por vías secundarias hasta Itálica y Sevilla.
DONDE PERNOCTAR EN NUESTRA RUTA POR LA VÍA DE LA PLATA
En Zamora pernoctamos en el área de autocaravanas que hay en la Calle Entrepuentes. Tiene una gasolinera a unos setecientos metros. Y lo más importante, cruzando el puente de piedra se llega en un suspiro al centro histórico.
Para pernoctar en Salamanca te recomendamos el parking de la Santísima Trinidad, en la rotonda donde se unen las carreteras nacionales N-630 y la N-501. Muy bien situado para visitar la ciudad. Muy cerca hay una gasolinera.
En Plasencia puedes pernoctar en el parking La Isla, muy cerca del área de servicio Los Cerezos, punto limpio con servicio de llenado y vaciado.
Para pernoctar en Cáceres te recomendamos el área de autocaravanas. Tiene servicios de llenado y vaciado, es gratuita y se encuentra a 10 minutos andando a la Plaza Mayor.
Mérida también cuenta con una zona para autocaravanas. Esta vez es privada y de pago, pero se encuentra a un salto del teatro romano. Tiene servicio de llenado y vaciado.
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Que de Astorga mostréis una fotografía de Las Médulas, que está en otra comarca Leonesa, concretamente en el Bierzo y a más de 100km de distancia, parece un error.
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